En un lugar entre la base y la élite…

… que no sé exactamente donde está, se encuentra el fútbol femenino en Asturias. Es una de las diferencias más claras entre el fútbol femenino y masculino. En el masculino, es evidente la diferencia entre base y élite, porque la élite es profesional y la base no entre otras cosas muy claras. Pero en femenino no es así. En medios deportivos normales, el fútbol femenino pertenece a la base. Es fútbol base, cuando no menos aún. Incluso el Oviedo Moderno de superliga, que objetivamente es élite pura y dura.

Sin embargo, el hecho de que todo se resuma en tres categorías, hace que en la primera y segunda categoría podamos hablar con propiedad de fútbol de élite. En superliga juegan las mejores futbolistas de España. Y sólo dos peldaños más abajo, la guaja que empieza a parar un balón con el interior.

Esa delgada linea implica que en la tercera categoría esté realmente el fútbol base, y las que demuestran condiciones se meten en la segunda categoría sin dejar de ser fútbol base. Desde fuera eso se concreta en un hecho delicado: por todas partes en el fútbol femenino hay fútbol base. Es un mundillo de tamaño pequeño donde se condensa todo. Donde convive la gran Raquel Cabezón (élite absoluta, veterana y poderosa) con la no menos grande Isabel (una de las perlas emergentes del Gijón femenino, que le llega a Raquel por la cintura, super-joven y liviana)

Y eso no es poco importante, porque la base son los cimientos. De la persona y del deportista. El deporte es bueno por definición universalmente aceptada, pero si la base se maneja como se maneja la élite, perdemos los valores. En la base se cuaja el futbolista, y en la élite desarrolla su potencial adquirido, mientras se convierte sin quererlo en espejo donde se mira la base.

Yo no hace mucho era aficionado al fútbol de élite masculino. Era socio del Real Sporting, asistía con regularidad al Molinón, era fan de Igor Lediakhov y Hugo Pérez e incluso seguía al equipo en desplazamientos cercanos (Santander, Logroño, Valladolid) hasta que dejé de hacerlo, entre otras cosas porque me parecía relativamente peligroso. Y es que el fútbol de élite genera pasiones que no siempre son bien conducidas, además de que es un escenario propicio para salirse del tiesto. Muchas veces percibí peligro personal en la grada, y como soy básicamente un cobardica, dejé de asistir a los campos de élite.

En el fútbol Base masculino no hay el mismo peligro (o más bien la sensación de peligro), pero es que el fútbol base masculino no me gusta. Igual lo explico otro día, pero la idea es que es como el de élite, aunque de peor calidad. Ves hombres jugando, como en la élite masculina, pero peor. No me va, sin más.

Eso no pasa en femenino, porque una vez te habitúas a ver los partidos femeninos, los ves como élite, o como «cercano a la élite» con naturalidad. (por lo que comentaba de que está todo tan cerca). Sin embargo, a nivel del público no deja de ser fútbol base, y siempre hay que tener cuidado con los valores que se transmiten, porque hay personas jóvenes aprendiendo de qué va ésto. Protestar al árbitro, silvar al rival, el juego sucio o «pseudo sucio», pataditas y otras tretas habituales en la élite, no sirven éticamente en la base. No se pueden fomentar, no se deben permitir, no se pueden aplaudir, y aunque forman parte del fútbol y en la élite están aceptadas como parte de la competición y lo que hay en juego, no son edificantes a nivel de fútbol base. Es más, son lamentables.